El mundo se balancea entre dos polos, siguiendo su camino pendular, de un extremo al otro, sin detenerse en ningún punto, fluyendo en su movimiento. Y nosotros, los seres humanos, siempre insatisfechos, nos debatimos en la elección: gastar o ahorrar, arroz o pasta, cine o teatro, el camino conocido o el atajo… Nos cuesta tomar decisiones, pero adoramos las encrucijadas.
Del mismo modo, hombres y mujeres caminamos por senderos distintos, a veces paralelos, más o menos cercanos, hablando, gritando y gesticulando para que se nos oiga al otro lado.
Y en nuestro interior, más de lo mismo. Las mujeres hemos aprendido a vivir desde la cabeza, tomando decisiones lógicas y razonadas. Esto en sí mismo no es un mal, todo lo contrario. Pero así, nos hemos desligado de nuestros cuerpos, de nuestros vientres, de nuestras sensaciones e intuiciones. Demasiados años (siglos) escuchando la palabra “histérica” pronunciada con profundo desprecio cuando una mujer se entregaba a sus emociones. Aprendimos a disociar y ahora viajamos a saltos entre la cabeza y el vientre, el útero, nuestro centro de poder y de energía femenina.
Los nativos americanos saludan al Padre Cielo y a la Madre Tierra. El sol, la cabeza, la mente, la lógica, arriba, en el cielo, observando y cubriéndonos como un padre amoroso y protector. La calidez del suelo, la fertilidad de la naturaleza, el apoyo sobre el que tumbarnos, abajo, en la tierra, como una madre que todo lo da y que todo lo recoge, acunándonos en sus brazos. Hermosas imágenes.
Divisiones, divisiones…
Tenemos que aprender a construir puentes entre el Cielo y la Tierra. Entre la lógica y la emoción, la mente y el vientre. Entre la mujer y el hombre. Y ese camino pasa, inevitablemente, por el corazón. La fría lógica no entiende las emociones, y éstas no quieren ni oír hablar de la racionalidad. Pero el sentimiento, el amor que reside en nuestros corazones, es capaz de apaciguar a unas y sensibilizar a la otra. Todo lo que bulle en nuestro vientre se dulcifica y atempera. Todo lo que se ha cuadriculado en la mente se tiñe de color y se relaja. En el corazón, se dan la mano emoción, sentimiento, ideas, deseos…
Entre un extremo y otro del péndulo, el corazón es el centro.
Deja que todo fluya, de arriba abajo, de abajo arriba, de un lado a otro, abre las compuertas. Deja que tu corazón participe en todos tus procesos y fluye con él, con la energía del amor. Que sea el puente que permita unir las distintas partes de tu ser y el broche que enlace las partes escindidas.
Arriba, el Padre Cielo. Abajo, la Madre Tierra. En el centro, como un canal unificador, la Mujer-Corazón.
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